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EL CAMINO DE LA MUERTE

Salimos de La Paz bien temprano para hacer el famoso Camino de la Muerte boliviano que conecta el Altiplano con la Amazonía a través de unas carreteras no aptas para quienes sufren de vértigo.

Después de ascender hasta casi 5.000 metros y conducir con el pico Q’ulini a la izuquerda y el Jamp’aturi a la derecha, fuimos dejando atrás Los Andes para ir deslizándonos, de a poquito, por su falda oriental.

El Antiguo camino a los Yungas, también conocido como Camino de la Muerte es una ruta de unos 80 kilómetros conocida por su peligro extremo, pues consta de un promedio de 209 accidentes y 96 personas fallecidas al año debido a sus pendientes pronunciadas, el ancho de un carril único, la falta de guardarraíles y las condiciones de lluvia, niebla, suelo embarrado y piedras sueltas y pequeños derrumbes que caen desde las montañas, lo cual llevó a que el Banco Interamericano de Desarrollo lo calificara como el camino más peligroso del mundo.

Nadie nos garantizaba el resultado de esta aventura, pero había que intentarlo. Y es que si vas a intentarlo, VE HASTA EL FINAL. De lo contrario no empieces siquiera. Tal vez suponga perder novias, esposas, familia, trabajos y quizás hasta la cabeza. Tal vez suponga no comer durante tres o cuatro días, tal vez suponga helarte en el banco de un parque. Tal vez suponga la cárcel, la humillación, el desdén y el aislamiento. El aislamiento es el premio. Todo lo demás sólo sirve para poner a prueba tu resistencia, tus auténticas ganas de hacerlo. Y lo harás. A pesar del rechazo y de las ínfimas probabilidades, y será mejor que cualquier cosa que pudieras imaginar. Si vas a intentarlo, ve hasta el final. No existe una sensación igual. Estarás sólo con los dioses y las noches arderán en llamas. Llevarás las riendas de la vida hasta la risa perfecta. Es por lo único que vale la pena luchar, decía un loco llamado Bukowski…

Y de entre todos los caminos posibles del mundo, el de la Muerte era el que nos conduciría a un lugar lleno de vida: La Senda Verde, un orfanato de criaturas víctimas del tráfico animal que asola Bolivia y otras regiones con fauna exótica. Y así fue cómo, tras admirar las impresionantes panorámicas de las yungas bolivianas, antesala de la selva, aliento de pureza, prolegómeno de la vida en su máxima expresión, llegamos, sanos y salvos, a nuestro destino.