MARZO, EL PESCADOR DE COCHAYUYO

Entró por la puerta un hombre adulto de tez morena y gorro de paja con una pluma enhebrada a cada lado. Aún no habíamos intercambiado palabra alguna y su presencia ya me infundía respeto, pues algo dentro me decía que estaba a punto de conocer a una gran persona.

No recuerdo si me dijo su verdadero nombre, pero en Pichilemu se le conoce como Marzo, maestro pescador de cochayuyo, una variedad de alga con muchísimas propiedades típica de Chile. Su mirada era profunda, como si en cada instante estuviera analizando la esencia de cada cosa. En un momento incluso sentí que me escrutaba el color del alma a través de mis ojos. Por suerte, creo que pasé el examen.

–Hola, soy Agustín, encantado de conocerte –le dije estrechando su mano seca y fuerte.

Nos sentamos y comenzó a contarme la historia de los pescadores en Punta de Lobos; cómo años atrás se estaba llegando al límite de explotación tanto de algas como de marisco y, apenado por vislumbrar la posibilidad de un día no poder continuar el trabajo que amaba, decidió formar una cooperativa y solicitar al gobierno la administración de la zona para poder aplicar una explotación sostenible con el entorno y así asegurar la recolección de los años venideros. Como consecuencia, la mayoría de los pescadores de la zona se le echaron encima por ver reducidas sus ganancias pero, lejos de achantarse, Marzo se mantuvo firme y en pocos años los resultados le dieron la razón: la cantidad de cochayuyo y la población de locos (un tipo de marisco) no solo se había recuperado sino que se había multiplicado vertiginosamente.

A medida que íbamos hablando, me fui dando cuenta de a quién tenía enfrente. No se trataba de un simple pescador: acababa de toparme con una de las personas más espirituales e íntegras que había conocido en mi vida, así que le propuse entrevistarle.

Prácticamente tan solo tuve que enchufar la cámara. Arrancó –sin que tan siquiera yo le hiciera una pregunta primero– hablando de medio ambiente, amor, vida, materialismo, relaciones y sociedad con una seguridad y convencimiento que me estaban dejando tan perplejo que me costaba mantenerle encuadrado en plano, como si de alguna manera extra sensorial él supiera que su mensaje de amor y verdad llegaría a millones de personas. Y así fue: cinco días después de haber subido el vídeo a Facebook supera los 4 millones de reproducciones y me atrevería a decir que en poco tiempo superará el doble, lo cual me lleva a reflexionar sobre el poder de la tecnología bien empleado y la responsabilidad que implica la creación de un contenido que puede llegar a tener un impacto positivo en la sociedad.

Por fin, cuando surgió un silencio, llegó mi momento y tan solo le hice una pregunta:

–¿Cómo te gustaría dejar este mundo?

Y le quebré. Toda la fortaleza y solidez que mostró a priori dio paso a la sensibilidad de un hombre que ama la vida, que ama a su familia y que ama el mar. Me parece normal que alguien que es consciente de las bellezas de este mundo y sabe apreciar el regalo constante que nos es dado se eche a llorar al recordar que nuestro camino es finito. El calibre de su honestidad era de tal magnitud que me contagió las lágrimas mientras le filmaba. Y es que me daba la impresión de estar entrevistando a un profeta del siglo XXI. 

Al finalizar la entrevista, me confesó que él sabía que algún día llegaría alguien que le daría altavoz a sus palabras. Las circunstancias que me llevaron a dar con él eran tan rocambolescas que en ese momento me sentí pieza de un plan diseñado por un ser superior. Quizás fuera mera casualidad, pero algo me dice que nuestro encuentro tenía que suceder.

Más tarde, le pregunté sobre la posibilidad de ir a documentar su labor. Accedió y me propuso acompañarle al morro de Punta de Lobos. Pero había un problema: si quería hacer unas fotos decentes había que pasar la cámara de algún modo por el mar, y dado que estos mareros continuan la tradición de pescar sin barca, resolvimos meterla en una triple bolsa de plástico y encomendarnos a Poseidón para que no mandara una gran ola mientras cruzábamos. Este videoblog muestra la aventura.

Era impresionante verle trabajar: armado con una cuerda y una pequeña navaja oxidada, se movía con gracilidad entre las rocas, sorteaba las olas con maestría, sacaba las algas con una habilidad suprema y, lo más importante, a pesar de llevar toda su vida haciéndolo, disfrutaba como si fuera el primer día. Después, mientras llevaba a la otra orilla la recolecta, se puso de repente boca arriba rodeado por sus algas, como si fuera un alienígena. Pensé que la corriente era tan fuerte que esa era la estrategia para no cansarse pero al preguntarle luego por qué lo había hecho me contestó que simplemente porque era una sensación muy rica; sentía que el mar, el cochayuyo y él eran una sola cosa.

Me pareció fascinante la elevación de este ser y su alto nivel de consciencia. Creo que, de alguna manera, el hecho de haber estado en contacto con la naturaleza durante tantos años y haberse inyectado mar en las venas le ha llevado a un grado de entendimiento y discernimiento que le convierten en una suerte de sabio, en un experto de la vida. Y es que Marzo es un maestro sin pretender serlo. La humildad y sinceridad con la que me hablaba era tan pura y verdadera que me siento inmensamente afortunado de haberme cruzado en su camino y haber podido ser transmisor de su mensaje.

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