Volar. Qué bella sensación.
Volar. Sin importar quién seas, cuánto tengas, si eres valiente o cobarde: todos caemos igual.
Volar. A menudo solo en nuestros sueños, pataleando como niños.
Volar. Sonriendo, gritando, rasgando nubes, atravesando vahos.
Volar. Tu cuerpo cayendo; la gravedad manifestándose.
Volar. Dejando atrás lo pesado. Y aterrizar ligero, mucho más ligero.
Las prisas, el metro abarrotado, las luces de un futuro digital ya incrustado en el presente, jovenzuelas con gadgets esperpénticos y el borracho trajeado que deambula gritando sin sentidos después de 15 días seguidos trabajando.
Japón es puro contraste. Tan tradicionales en algunas cosas y tan modernos en otras, como si el mismísimo emperador hubiera dictado qué sí, qué no y de qué manera. Por ello, una de las cosas que más me llamó la atención fue la relación de los nipones con la fantasía.Y a la vuelta, muchos preguntan: ¿cómo es Japón?