Caerse, levantarse. Volver a caer y volver a levantarse. ¿Veces? Muchas. ¿Cansancio? Inimaginable. Y a la trigésima pregungarse “¿Sigo o abandono?”. Pero antes de contestarme ya me encontraba en el suelo de vuelta. Y venga arriba otra vez. Y venga al suelo otra más. De arriba abajo y de abajo arriba, todo el rato, sin descanso. Porque si la ruta es perra, será por algo; porque si la vida nos enseña, no será en vano.
Tantas veces me he caído, que ya ni las recuerdo. Tantas veces me dijeron que esto era una locura, que ya ni las cuento. Tantas veces sentí que lo único necesario era creer en mí… que cada día me encuentro más en lo cierto. ¿La fórmula? Querer creer, QUERER QUERER.
Mirada siempre atenta, manos firmes y pies rápidos. Conducir moto requiere tanta atención que para mí es casi como una meditación activa, especialmente en off-road o con muchas curvas de por medio. Cuando la ruta me hace tomar decenas de decisiones y cálculos simultáneos entro en una suerte de tiempo-espacio relativo, como si la intensidad modificara las aristas de mi percepción. No sé, es como si se creara un espacio íntimo y sagrado en el que entro en absoluta presencia y no hay nada que atraviese el intelecto salvo continuar y tirar palante. ¿Sabes de lo que te hablo? Y cuando la carretera es recta, las sesiones dentro del psico-casco son más que teraupéticas.
Entre esos cientos de pensamientos que atraviesan la cabeza cuando voy conduciendo, recordé que una y mil veces me pregunté qué quería hacer con mi vida, con mi tiempo, con este corto paso por la Madre Tierra. Y aunque no encontraba la respuesta, mis reflexiones siempre me conducían al mismo punto: hiciera lo que hiciera, lo prioritario era tener la satisfacción de SENTIRME VIVO. Y eso, con el paso de los años, acabé entendiendo que se traducía en convertir en trabajo un estilo de vida que consistiera en viajar en moto por el mundo haciendo fotos y vídeos con el propósito de sumar consciencia al colectivo. Y el resultado en mi cara creo que es evidente: adoro lo que hago PORQUE ME LO PASO COMO UN NIÑO.
Coherencia entre acción y pensamiento: creo que eso fue lo que me llevó a hacer lo que estoy haciendo. En los últimos años descubrí un fenómeno muy interesante: cada vez que materializaba aquello que se alineaba a medias con mi psique y a medias con mi intuición, me repercutía positivamente casi de inmediato. También noté que, al comienzo, cierto tipo de acciones, pensamientos o actividades era desaconsejado por el círculo que me rodeaba o, como mínimo, contemplado con extrañeza. Dar la vuelta al mundo en moto era una de ellas. A día hoy, como si de un milagro traído a la Tierra se tratase, percibo no solo que casi todo ese círculo ahora piensa del revés sino que conozco a varios que también se han lanzado a hacerlo. WOW !! ¿¿QUÉ HA PASADO?? ¿¿ALGUIEN ME LO EXPLICA?? No sé, me inclino a pensar que las cosas son raras hasta que dejan de serlas, que el miedo da miedo hasta que lo enfrentas y que lo imposible es imposible hasta que lo conviertes en posible. El poder de la percepción y la coherencia son impresionantes.
Empiezo a ver la esencia humana, empiezo a desgranar la configuración de nuestro sistema; empiezo a entender cómo pensamos y sentimos, cómo mucho de lo que hay en nuestra cabeza nos lo han metido. Empiezo a ser consciente, consciente del camino que he elegido.